Villalar de los Comuneros. ©destinocastillayleon |
Dos años de guerra civil que nuestra Historia no ha sabido vender, o no tan bien como lo haría un francés, un italiano o un americano, y que, de haber salido bien, habría hecho que Carlos I (y Quinto de otros lares) hubiera tenido que someterse, de una forma u otra, al consejo ciudadano de las ciudades castellanas.
Sin embargo, aquella utopía personificada en Bravo, Padilla, Maldonado o María de Pacheco, topó con los intereses de otros españoles a las que las cosas no les iban del todo mal. Allí había mercaderes burgaleses que vendían lana en crudo para que Flandes la convirtiera en paño, o comerciantes sevillanos que abrían sus ojos al Nuevo Mundo, pensando que a aquellos locos de Tordesillas, Toledo, Segovia, Cuenca o, finalmente, Valladolid, no había que hacerles mucho caso.
Monumento a Juan Bravo en Segovia |
Entre medias, la Castilla de los lanares, de los campos a los que cantó Machado, de los pequeños comerciantes, apostó a caballo perdedor con una quimera: la de someter al rey a unas cortes y pensar que la nobleza, por una vez, podría no velar por sus propios intereses.
De ese caínismo no me extraña que hoy seamos herederos y cuanto menos me sorprende, incluso con actitudes como la de Gregorio Marañón, que calificaba a los comuneros como una caterva de reaccionarios que buscaban un retorno al feudalismo. Ya en el siglo XX, trabajos como el del francés -tiene guasa- Joseph Pérez en su obra 'Los Comuneros' deja claro que la revolución comunera no era una vuelta al pasado, sino unos ojos puestos hacia el futuro.
Y todo esto en los años 1520 y 1521, bastante lejos de cualquier acercamiento europeo a cualquier otro amago de revolución urbana. Sin embargo, la Historia fue cruel con el destino comunero y con su legado, ahora pisoteado por los continuos ataques a Castilla y lo castellano, que se ha deslegitimado en numerosas esferas políticas.
Ejecución de los comuneros de Castilla. Antonio Gisbert 1860 |
Desde la conquista de América a la toma de Granada, pasando por la Leyenda Negra o teniendo que vivir con comentarios contemporáneos sobre la opresión castellana (sic) en diversas zonas de la actual España. Lo castellano es denostado y sus tierras, en el pasado corazón de la península, hoy se deshabitan, sus pobladores envejecen sin remedio y aquellos campos y pastos, de trigo y merina, fueran la riqueza nacional, hoy se convierten en parameras.
Por eso, hoy reivindico Castilla y lo castellano con el orgullo de una herencia de gentes trabajadoras, nobles, revolucionarias y soñadoras que, con sus más y sus menos, han escrito, aún sin saberlo, las más gloriosas y épicas páginas de la Historia de España. La pena es que, como dice el cantar: desde entonces ya Castilla no se ha vuelto a levantar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario